La mitad del día me la paso
pensando en versos que nunca
escribo.
Reformulo mi cabeza de manera
de que cada ladrillo muestra su
belleza,
y así poder acomodarme mejor
en mi vida – castillo de
poesía.
Donde faltaría, de paso,
hacer una limpieza
ya que satura un poco ver
que las paredes rimen con la alfombra
y que el espejo refleje lo mismo
que el año anterior,
dado vuelta en caracol, remixado con el caos
actual,
juntos tratando de pasar por la máquina
para ser disfrazados y
poder presentarse en sociedad.
Pero la mitad del día me la paso traduciendo en versos, que nunca
escribo.
Redacto ínfimas crónicas
sobre mis paseos por la calle Libertad
y
elaboro actas sobre lo lindo que se siente
pensar que nos fuimos muy lejos de
viaje
cuando vos me enseñás los secretos del río,
o yo soy tu brújula en
la ciudad.
Creo que pueden surgir muchas cosas
del sintagma: “Vivo
entera entre la infancia y la poesía.”
y de todo lo que podría
desarrollar
sobre mi tarea en el mundo de estar con otros,
de ser un ser
transpersonal,
de aprender más del vínculo,
que de todo lo demás…
y
esto no es más que un memorandum para mí.
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